No hay que ser muy memorioso para recordar aquellos analistas que hace no muchos años, indignados, denunciaban el grave divorcio entre la juventud y la clase política. “Crisis de representación” era el nombre científico que le ponían al fenómeno, que les permitía llenar algunas columnas de sus respectivos diarios.
Curiosamente, son los mismos opinólogos que hoy se espantan ante la efectiva participación política, en todos los niveles, de la juventud organizada.
Antes nos echaban la culpa por no interesarnos en la cosa pública y ahora nos acusan de tener muchas ambiciones. Lo cierto es que no es la primera vez que se nos intenta echar la culpa de algo. Antes, la imputación era que no nos interesábamos en la política y ahora que nos interesamos, la imputación es que no moderamos nuestro interés.
El problema con el que no van a poder lidiar estos opinadores con fecha de vencimiento es que los jóvenes de ahora, de la misma forma que hace muchos años atrás, tenemos mucha confianza.
Por un lado, volvimos a tener confianza en la Política. Confianza en que el rumbo que elegimos desde el 2003 es el correcto. Confianza en que para terminar con la inequidades que persisten, debemos profundizar aquel rumbo y este modelo. También volvimos a confiar en palabras como representante, referente, responsable, compañero. Es que es justamente la certeza de que ciertos valores, actitudes e ideales volvieron a transformarse en admirables y dignos de imitar masivamente por miles de jóvenes, es lo que genera confianza en el sentido más profundo de la palabra: confianza en el otro.
Pero además, y sobre todas las cosas, los jóvenes tenemos confianza en nosotros mismos. Y esto significa que estamos muy convencidos de lo que pensamos, de lo que queremos y sobre todo de lo que no queremos.
Tan seguros y confiados estamos que hacemos más autocríticas que nunca y que nadie. Por eso es que todavía no entendemos por qué los que escriben en esos grandes diarios que nos critican tanto como Clarín, La Nación o Perfil no se dan cuenta de que sus mentiras y calumnias nos molestan menos que el conjunto de valores que representan.
Cuando dicen que el Cuervo Larroque no terminó el secundario (aunque resulte fácil comprobar que lo terminó en el Nacional Buenos Aires), no nos molesta tanto la mentira en sí misma sino la idea atrofiada de respeto que tienen los que creen que sin un título formal no se es importante. Lula fue el presidente más popular de nuestro país hermano sin necesidad de que los periodistas de Clarín o Perfil escondan su “secundario incompleto”.
La otra mentira de que somos una agrupación de la superestructura, que sólo nos interesan los cargos, que somos un grupito de frívolos yuppis, no nos molesta tanto como el desprecio que brota desde esas mismas plumas rentadas, sin vida, hacia la militancia de base y hacia los miles y miles de pibes y pibas de todos los barrios, de todas las ciudades, de todas las provincias, de los secundarios, de las universidades, profesionales, trabajadores, que militan diariamente por una idea tan antigua, tan actual y tan potente como la justicia social.
Los que dicen que los jóvenes no tenemos experiencia para la gestión, en realidad están pensando en un viejo, canoso, de corbata, que solo sabe sinónimos para decir “no se puede” por algún obstáculo administrativo. Los “experimentados en la gestión” son los que desarmaron al Estado para beneficio de unos pocos millonarios con poder de lobby.
No queremos experiencia de ese tipo; la rechazamos. Es tan diferente el conjunto de cosmovisiones del mundo que hay entre los jóvenes y los grandes medios de comunicación que las mentiras diarias con las que nos quieren ofender ya no lastiman a nadie. Son mentiras tímidas, que piden permiso, ruborizadas. Son mentiras obvias.
Otro va a ser el periodismo ante el cual se sientan interpeladas las nuevas juventudes políticas. Uno nuevo, que sea independiente de los poderes corporativos y de las dádivas del establishment. Un periodismo que indague temáticas que tengan relación con el bienestar de nuestro pueblo, con la soberanía de nuestra nación y con la independencia económica. Un periodismo refundado sobre bases y valores compartidos por el resto de la sociedad y no por una casta cerrada, diferente, privilegiada, autoproclamada “periodismo independiente” para escribir mentiras “a pedido” y “contra factura”.
Mientras más pibes y pibas se acerquen a la política desde más temprano, mejores serán los próximos dirigentes sociales, referentes, funcionarios, diputados, presidentes. Lo mismo va a pasar con el periodismo, cuando se abran nuevos espacios para las nuevas voces. Los más capaces, responsables y representativos saldrán de los miles y miles que todavía están formándose, convencidos de que si se estudia más, se ayuda más; si se trabaja más, se construye más; si se es más generoso con el compañero y con el vecino, se es mejor persona. Esa es la idea de patria. Por eso Cristina dijo el último 25 de mayo: “Ahora sí, tenemos patria”.
buenisimooo!!!!
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